La planta de urea y el vestido de la niña

Llega la mamá a casa y, con una sonrisa enorme, le entrega a la niña un hermoso vestido que compró en una de las tiendas más exclusivas de la ciudad. La niña mira el vestido, no le convence mucho, pero igual le agradece y se lo lleva al cuarto.

Pasa el tiempo y la mamá advierte que el vestido duerme el sueño de los justos sin salir del clóset, entonces pregunta a la niña qué sucede. Ella, la niña, responde que el vestido no le gusta mucho… de hecho no le gusta, de hecho, lo odia. La mamá no entiende muy bien qué pasó, si escogió el vestido con mucho cuidado, si escogió lo mejor para la hija, luego de un pequeño drama ambas regresan, tristes, a sus respectivos dormitorios.

Esta pequeña historia tiene una relevancia importante desde un punto de vista económico, tiene que ver con un concepto llamado “Costo Hundido”. No daré el concepto formal, al contrario, diré que el gasto en la compra del vestido podría ser considerado como un costo hundido. La teoría económica clásica reflexionaría de la siguiente forma: así la hija utilice el vestido o no, ello no cambia el beneficio por la compra del vestido, de hecho, si obligamos a utilizar el vestido a la niña, ella podría ser muy infeliz. Sin embargo, la nueva economía conductual sugiere que, si la niña utiliza el vestido, la felicidad de la mamá será mayor… ¿Por qué? Porque así es el ser humano.

Dicho esto, asignemos papeles a la planta de urea:

• El vestido, naturalmente es la planta de urea
• El costo de compra del vestido, son los más de mil millones de USD gastados en la planta
• La mamá es la gestión de Gobierno pasada
• La niña es el contribuyente boliviano

Dado que la planta de urea no parece un buen negocio, surgen varias opciones:

• Invertir más en el proyecto para intentar hacerlo rentable, es decir, modificar el vestido para ver si le gusta a la niña.
• Olvidarnos de la inversión en la planta, considerarlo un costo hundido; es decir, explicarle a la mamá que así la niña utilice el vestido, ello no cambia el gasto realizado.
• Vender el vestido a otra niña que sí lo utilice… ¿Suena razonable? Quizás sí; pero ello en términos de la planta sugiere esa terrible palabra que cala hondo en el sentir boliviano: privatización. Dudo que alguien tome esa opción, el costo político es infinito.

Entonces ¿Seguimos invirtiendo en el vestido? Podemos hacerlo mini, podemos hacerlo un pantalón, podemos cambiarle de color… hasta que el costo de los cambios sea casi igual al costo del vestido, solo porque la mamá insiste en que la niña lo utilice.

¿No les recuerda toda esta historia a Karachipampa?

La solución está abierta, solo quise utilizar este recurso literario (la mamá y la niña) para que el problema quede claro y sencillo.

 

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